Conclusiones saharauis

- La niña de ojos enormes tiene lluvia en la mirada

- Todos envidian la blancura del verde

- Con las varillas de antaño la arena vuelve al desierto, mientras el Sahara sigue encadenado a un pasado encalado y limpio de prejuicios, de puertas azules a la orilla del mar

Sahara, miércoles 10 de diciembre

Sin los chicos, que están en Tindouf, todo es más aburrido, aunque siempre hay cosas que hacer. Maimona me dice que en el Sahara no hay tiempo para nada.
Yo creo que tienen el secreto para conservar todo el tiempo del mundo.
Me pongo mi melfa nueva y me hago saharahui por un rato en el marsa. Qué suerte ser casi invisibe, a pesar de que las manos me traicionen y me sigan diciendo lo blanquita que soy.
Les encanta y me preguntan qué pueden hacer para estar tan blancas como yo. Ellas se ponen miles de cremas, que les ponen la cara verde, como si estuvieran enfermas.
Me compran muchos regalos para traer a España. Compramos un juego de té, pjor, una chilaba para mi padre, pañuelos para mi y para mis hermanas, anillos, pulseras, llaveros... Por la tarde fuimos a la casa de Maimona y me puse malica. :( Me siento mareada, con dolor de cabeza y de barriga. Después de ver a unos borreguillos recien nacidos y de reirme un rato con unos niños que me preguntaban dónde vivo: pues en casa de Dada, claro.
Tengo que descansar un poco, porque tengo mal cuerpo, así que me viene muy bien que nos vayamos pronto. Me acuesto en cuanto llego. Me alegro mucho de que Dahman y Maimona ya hayan vuelto de Tindouf, porque así tengo más compañía.
Mai me cuida y me pone paños fríos en la frente, que cuando me los quita salen ardiendo.
Me quedo dormida y cuando me despierto me encuentro mucho mejor. Me habían puesto una silla tapada con algunas telas para que no me diera la luz.
Por fín consigo hablar con mis padres, lo que me tranquiliza mucho después de la tarde tan horrible que he pasado. Me dolían muchísimo los ojos, sentía las retinas secas y la cabeza parecá que me iba a estallar. Tenía unas ganas terribles de llorar.
Finalmente, despues de cenar descanso y vuelvo a tener sueños maravillosos.

Lavarse la arena del desierto

El asiento de una antigua silla de escuela pintada de azul hace de estantería. Las vigas sujetanel techo metálico y varias cuchillas de afeitar de las que cuelgan algunos pelos rizados. Un sumidero rodeado de arena completa la única estancia enlosada en las casas saharauis. Y tengo suerte, porque otras casas no tienen sumidero y la ducha tiene que llevarse a cabo en la misma letrina donde el pozo ciego se lleva los excrementos.
Todo está pintado de blanco, excepto la estantería y un par de clavos que hacen de percha, azules. La letrina está en la puerta contigua. La pared que los separa no llega hasta el techo. Un cable con una bombillita mínima hace de luz para los dos diminuts habitáculos: sólo tienes que pasarlo de un lado a otro. En la ducha no hay interruptor, el que hay está en el váter y consiste en dos cables pelados que hay que unos y enroscar para que se encienda la bombillita.

El descanso en una cama saharaui

En el suelo alfombrado se extienden muchísimas de sus numerosas mantas. La que menos abrigan van debajo, para acostarse sobre ellas. Las demás son para taparse.
Hay unos pequeños cojines que pueden servir como almohada, aunque muchos allí no los usan.
Dada se mueve mucho y todas las noches aparece en un sitio diferente de donde se había acostado. Un día apareció al lado de la puerta, otro día cabeza abajo, otro día en la manta-cama de al lado.
No se pasa nada de frío, pero lo que más cuesta es levantarse cuando la madre repite insistentemente el nombre de sus hijos hasta que dan signos de que siguen vivos. De repente traen la mesa con el desayuno y a comerse el nuevo día.

Sahara, martes 9 de diciembre

Después de desayunar mi pan con queso y mi café de puchero, me convierto en cartera real, y me voy a repartir los paquetes y las cartas que me dieron las familias de Granada para sus niños.
Atravieso las dunas con los dos Azmán, con Dada y con un amigo, que pone el coche. Tras una parada en la "gasolinera", en la que con una garrafa y un embudo ponemos un poco de gasolina en su renault 5, visitamos Chdería, Mheiriz, Farsía, Haussa... conozco todas las dairas de Smara.
En una de las jaimas arreglan la carne de camello entre las moscas. Me cuentan que se han juntado siete familias para matar un camello en vez de un carnero en la gran fiesta y entre todos comparten la carne. En esta tienda, excesivamente decorada, no encuentro al niño, que está estudiando en Argelia, pero le doy la carta al padre y la hermana.
Aquí las calles no existen y circular significa ir pasando entre las casas o por donde vayan marcando las piedras que alguien apartó del paso para ponerlas alrededor de alguna edificación de adobe.
Me invade la sensación de que la improvisación se ha organizado en estos campamentos.
Paramos y preguntamos en mientras vamos en el coche y conseguimos encontrar a otra de las niñas destinatarias de las cartas. "Hermano, hermana, ¿puedes ayudarme?". Qué bonito y qué triste es ser hermanos de arena. Arena en las venas.
También damos con un niño discapacitado que no vive con sus padres, sino con la única familia que ha sido capaz de darle cobijo. Otra niña, otro niño... Hay un problema con una de las niñas, Galia. Me dicen que tenía dos sitios con su nombre para viajar a España y ella se fue a Barcelona. Con el mismo nombre su prima vino a Granada. Las listas y las plazas para los privilegiados es lo que tienen.
La jaima de su prima, la verdadera destinataria de la carta, está decorada con telas de Hello Kitty. Muy curioso símbolo de la globalización en mitad del desierto.
Jadesha y Azmán se van a Tindouf a estudiar, porque se ha acabado la fiesta y yo les esperaré. Volverán en su fin de semana, que aquí es jueves y viernes.
Dada me dice que si quiero ir a casa de su hermano y yo digo que sí, como siempre, sin saber muy bien dónde ni con quién. En un coche con 7 personas (4 detrás y 3 delante), con música mauritana a tope en la radio, soy un poco consciente de donde estoy.
Está anocheciendo y tras el adobe y las jaimas, el sol ya está naranja y el cielo entre morado y negro. Al azul va muriendo con el día. Atravesamos el campamento dejando atrás una nube de polvo denso, en el que flota la música, mientras el coche salta, y dentro todos cantan y dan palmas.
Llegamos a la casa nueva de Bachiri y Maluha, aún con el adobe recién puesto. Las cortinas son nuevas y junto a las paredes hay colchones rojos y dorados a modo de sofás. Una estantería sirve de escaparate para una televisión, un DVD, una radio-CD, algunas fotos, un estuche de maquillaje, la foto de una abuela muerta y flores (de plástico de colores que no existen en la naturaleza). Toda la distinción que un vendedor de últimas tecnologías puede permitirse en mitad del desierto.
Vemos una telenovela: Azgar o algún nombre turco parecido. Durante un larguísimo minuto se mira en una foto de su amada en llamas mientras llora sin lágrimas. Luego comemos. Hombres por un lado y mujeres por otro. Me cuentan que si un hombre quiere casarse, debe pagarle a la familia de la mujer, primero en metálico, y luego lo que la familia de la mujer le solicite en especia (una casa, una televisión…) Tras un ratito de sobremesa volvemos a casa.
Mis padres me habían llamado, pero, para variar, yo no llevaba el móvil. Le mando un mensaje a mi hermana Rosa, aunque es difícil fiarse de ella. Ya casi se acaba la noche, muy parecida a la anterior.
El tiempo se detiene, sólo importan los que te rodean y que sin nada se puede ser feliz.