Sahara, lunes 8 de diciembre

En España se celebra la Inmaculada. Aquí es la fiesta del cordero.
Me pongo mi melfa nueva y me despido de los carneros. Ayer me divertí mucho con Minetu, pero hoy ha desaparecido, se ha ido con su sobrino Bachiri y con Maluha, su recien estrenada mujer.
Matan a los dos carneros y empiezan a comérselo por las tripas. Me preparan un pinchito que tiene muy buena pinta, pero no soy capaz de comérmelo porque está hecho de grasas de los intestinos y de algún organo interno, que no sé cual es.
El olor se me clava en la pituitaria. Todo es intenso aquí, la luz, el sabor, los colores... y los olores.
Ropa nueva y limpia. Pies fríos, carbón y corazón caliente.
Antes de comer juego con Hassina, con Halifa, con Susu y con muchos niños, vecinos y primos que no sé distinguir. 1, 2, 3, chucolata en-glés. Me encanta jugar con ellos, pero con el sol me empieza a doler la cabeza. Cuando entramos a comer pruebo por fín la carne, que está muy bien cocinada y me recomiendan que tome limón, porque hará que me duela menos la barriga.
Mucha gente viene de visita y los bañan en colonia y les dan caramelos. Dulces, chocolates y visitas están unidos: tíos, primos, amigos, amigos de amigos, de primos y de tíos. Todos rezan la misma letanía al encontrarse "¿Yak leva? ¿yak el jer? ¿yak leva? el jer, Inshallah!"... durante 5 minutos. Se preguntan y se responden sobre la familia.
Juego con Dada y su amiga Mailemnín al Dandandero en la jaima de la abuela. Es muy cariñosa y me quiere mucho. Mailemnín, que me da muchos besitos y me dice "¡Ay! ¡Qué bonita es!".
Por la tarde me doy un paseo por el mercado con Azmán y Mehtu, el hermano de Maimona, porque Dada se ha olvidado de mí. Luego aparece Dahman (Mohamed Ahmed). Y veo cómo ligan, miran a las chicas guapas, ellas les miran a ellos, siguen caminando, luego se vuelven...
Seguimos paseando y a la vuelta, Dahman se queda jugando al fútbol. Me duele la barriga (Según Dada la tengo llena de kk).
Al atardecer pasan unos españoles caminando cerca de la casa de Dada. Los niños les rodean, correteando a su alrededor como palomas que buscan las migajas que les echan. Los españoles les hacen fotos a decenas de ojos ansiosos y sonrisas mendicantes que se amontonan ante la lente de una cámara digital. Ante la visión de algunos caramelos saliendo de los bolsillos hispánicos, los niños vuelven a mostrar sus blancos dientes. Y la pareja se contenta de su viaje sin inmersión en esta suerte de parque temático.
La niña aparece por la noche y yo tengo muchas ganas de llorar porque he venido aquí a verla y, como es una niña, no cuenta con nadie y sale y entra cuando quiere, sin decir nada a nadie.
Han venido de visita después de cenar la madre de Larusi, otra tita de Dada (la que le gusta pintarse), Sumaya, la mamá de Maimona (que es matrona en el hospital de Smara) y otras muchas mujeres.
¡Yo quiero dormir!
Me duele la cabeza, tengo el estómago revuelto y me paso el día mareada, viendo borroso y con mal cuerpo.
Minetu, la hermana de Limgaybila, vuelve a dormir a casa. Dada se quedó dormida hace un rato, a pesar del jaleo, y Minetu nos cuenta chistes a Dahman, Azmán, Jadesha y a mi. La mayoría son sobre locos. Todos los chistes son muy suaves, sin humor negro, ni verde, por supuesto también sin palabrotas. Eso sí, los locos o lo dementes son motivos de burla. Como el que se lleva la basura, del que corren los niños (Hadeia, dice Dada). El pobre loco camina por la calle llevando botes y botellas de plástico vacías en las manos. Cuando se lo señalan a Sumaya, ella sale corriendo y se esconde. Por lo menos no practican con él uno de sus pasatiempos habituales: tirar piedras. Sólo salen corriendo y le insultan desde lejos.
Los locos de los chistes se tiran en paracaídas, nadan en la arena, arrancan tomates como si fueran coches... También hay uno al que le dicen Look, con el que me entretengo el resto de los días con Minetu.
Se me cierran los ojos... necesito dormir.

Sahara, domingo 7 de diciembre

Nos vamos al "marsa", de compras. Dada confunde mercado con mercadona... jeje. Es para comérsela, porque cuando estaba en mi casa en verano siempre iba a comprar allí con mis padres. Me compran una melfa morada y rosa para mañana en la tienda de Ahmed y además me regalan unas pulseritas y un collar.
El día es muy parecido al de ayer. Al llegar a casa del "mercadona", vamos a casa de la abuela y los niños cantan canciones del colegio para mi. Gastamos la bolsa grande de globos que he traido jugando a hinflar un globo con otro. Me sorprende mucho cómo con un entretenamiento tan sencillo podemos pasar bien toda la mañana.
Pienso en muchas cosas que podría haberles traido, pero que no sabía que les fueran tan necesarias. Cuando Dada vuelva en verano tiene que traerse toallitas de bebé, jarabe para la tos, paracetamol, pastillas para el dolor de cabeza y alguna linterna. Unos zuecos de plástico de los que Marijn tenía para trabajar en la Alhambra. Pulseritas, collares, colonias... y tampoco vendría mal un botecito para aplicarla.
Por la tarde me doy una ducha calentita, con una jarra, en una cubeta en un agujero que hay en el suelo que se lleva la arena hasta el fondo del desierto. Después me ponene henna en las manos.
Es todo un ritual preparatorio para la fiesta de mañana. Me pegan unos adhesivos negros con agujeritos y la henna, con té y pan. Tiene que quedarse tres horas, así que me envuelven las manos n papel higiénico, luego en un plástico y luego me las entablillan con cartones. También me dicen que no me puedo lavar las manos, porque con el agua se irá, sobre todo en los tres primeros días... (ya, claro).
La comida está buenísima... cus-cus y espaguetis. Veremos mañana después de que maten al carnero...
Me encanta la noche aquí. La temperatura es la justa. La luz, los colores, el viento frio en la cara... Pero no puedo ir sola ni a pasear; a ningún sitio.

Sahara, sábado 6 de diciembre

Tras dos horitas de sueño, me despierto para el desayuno. Sentada en el suelo, envuelta en una manta sigo mirando a mi alrededor sin saber muy bien si me he caído esta noche de alguna parte y he aterrizado en esa sala alfombrada.
Una mujer grita en la puerta "¿dónde está la madre de esta niña?", mientras veo a Dada frotarse los ojos, demasiado dormida todavía. Salgo corriendo al "patio", descalza y le doy un abrazo y un beso a Dada como si me la quisiera comer, porque en verdad me la quiero comer. Saludo a su madre, que viene detrás, y salgo de allí sin desayunar, nerviosa, sin apenas despedirme. Pero esa mujer que venía gritando me dice que están enfadados conmigo y yo me pongo muy nerviosa. El hermano de Dada, Azmán, coge la maleta en peso (que ya tiene mérito) y nos vamos a casa de Limgaybila Abdalahi. Toda la familia me está esperando y empiezo a saludar a diestro y siniestro. Y doy la mano, beso, uno, dos, mano, no mano, pero no entiendo nada. Los hombres me chocan la frente, las mujeres me dan la mano, un beso y se llevan la mano al pecho. Conozco a Azmán, a Jadesha y a Maimona. Luego llegan Larosi y el pequeño gran Mohamed, que es un hombre en el cuerpo de un niño.
Entre tanto jaleo y tantísima gente con la misma cara y sin nombre, llega la hora de comer y en una mesita en el suelo, sentados sobre las alfombras, degustamos un inmenso plato con una especie de crema de verduras y otro de patatas fritas con carne en salsa. Carne de camello. El pan recien hecho por Limgaybila es increible, mucho mejor que el pan con queso que desayunamos por la mañana, mucho mejor que cualquier pan que haya probado antes.
Resulta que aquí es buena costumbre dar y regalar dulces, caramelos y chucherías. Cada vez que ven a alguien querido le regalan algo dulce. Y Susu no ha parado en todo el día de ir a comprar chucherías y las que trae de la tienda las comparte con todo el que esté en ese momento en la habitación. Me llevaron a ver las cabras y jugué con los niños en la casa de la abuela. Y veo el tiempo que pasa y se va.
Por la tarde nos vamos a "El marsa" a comprar ropa nueva para el gran día, la fiesta del cordero, que es el lunes. Todos tienen que vestir de nuevo y estrenar hasta las bragas.
Uso por primera vez el "retrete" donde un agujero en mitad del desierto se lleva los excrementos humanos vete a saber a dónde. Yo necesito una ducha, a pesar de que me voy haciendo un apaño con las toallitas de bebé. ¡Benditas toallitas!
Salimos para el mercado y me encuentro con los niños en la calle. Son geniales "¡hola caramelo!", me dicen. No compramos nada, pero tenemos que volver. Todo está llenísimo de gente por la fiesta del lunes. Todos quieren prepararlo antes y me encuentro de nuevo con Álvaro, el fotógrafo cordobés. Nos hizo una foto con su super camarón.
Volvemos a casa y por fin puedo ducharme. Tengo todo lo necesario: un agujero en el suelo, una jarrilla, un tupper donde mi madre suele guardar los jerseys y agua que previamente ha calentado en una olla la madre de Dada. Sin embargo, está junto al pozo negro y los olores suben hasta la pituitaria y se quedan ahí clavados.
Tomamos té, té y té. Al principio pienso que por lo menos hay algo que me gusta y que con tantas veces al día que lo toman, voy a poder tomarme algo bueno que me llene el estómago. Pero después de tantos (tres en cada sentada), ya tengo mal cuerpo y ganas de salir a que me dé el aire.
¡Por Alá! Quieren convertirme al Islam y me hacen repetir oraciones que no entiendo. No creo que repetir haga daño a nadie, así que las hago felices por un ratillo.
Mañana será otro día, y espero que más corto...

Sahara, viernes 5 de diciembre 2008

Salgo desde Granada a las 11,30 en un tren destino Sevilla. Los nervios me tienen el estómago encogido y tengo que tomarme una tila en la cafetería e ir al baño antes de salir. Tengo mucha, muchísima ilusión y mucho miedo, porque no sé qué voy a encontrar cuando llegue a mi destino. Después de las 3 horas hasta la capital andaluza me espera un via crucis desde Santa Justa hasta el aeropuerto.
El viaje se me hace más ameno gracias a Mari, una granadina que trabajaba como cocinera para las mejores familias de la ciudad. Incluso me comenta que su último trabajo fue en casa de un primo de Ágata Ruiz de la Parda, al que sólo tenía que preparar la merienda. Si Mari se tuviese que definir con 3 palabras diría de si misma que es dictadora, de izquierdas y racista. Con un personaje tan interesante no me extraña que no tenga ni idea de por dónde estoy pasando. Además Mari lee Ideal desde siempre. Aunque antes leía más, ahora dice que se le va la cabeza, pero aún así le encantan las biografías de personajes históricos.
Cuando llego a Santa Justa, Mari se va con su hija y yo con mi maleta de 24 kg en busca de un autobus que me lleve al aeropuerto. Tras recorrer toda la estación encuentro la parada y después de un bocadillo de queso, 2,10€ y un poco de ayuda para subir mi equipaje, llego a la terminal del aeropuerto. Con un carrito y un poco de orientación llego a las salidas donde encuentro una cola inmensa que no se sabe a dónde va, y me uno a ella. Bultos, maletas, bolsas y cajas llenas de ilusión me indican que estoy en la fila correcta para facturar mi equipaje en un vuelo a Tindouf mientras yo conozco a uns incomparables compañeros de viaje.
Mi familia sevillana de acogida me quita un poco el miedo. Pepe y Maria Dolores, los padres de Mohamed, que ha olvidado el saharaui. Cuando lleguen a Ausserd prepararán 23 pizzas, hamburguesas y salchichas de pollo y pavo, y María (que habrá dejado los Dolores en España) repartirá chocolates entre los chiquillos como mi abuela hacía con los pollos. En el control me quitan el bote de espuma que llevaba en la mochila y una lata de Pepsi que, con los nervios, se me había olvidado beberme. También llevo un bote de los grandes de nocilla, que la guardia de la aduana me dice que está prohibido. Le digo que no es un líquido, que no lo sabía... pero no sirve de nada y en ese momento siento que me voy a perder algunas sonrisas de Dada cuando llegue, porque la nocilla (de chocolate negro y chocolate blanco) le encanta. Sin querer se me escapa delante de la guardia que voy al Sahara y que era un regalo para mi niña, que le encanta el chocolate. Una sonrisa me dice: "venga, anda, la nocilla no la he visto" y no le doy un abrazo porque no es lugar ni son las formas, pero le estoy tan agradecida como si me hubiese salvado la vida. Seguro que esta mujer sabe el valor incalculable que tiene la sonrisa de un niño que sufre en mitad del desierto.
Llegamos a un aeropuerto militar a las 3 de la mañana, después de una breve parada de media hora en Orán y de un pollo volador que llevaba más de 20 años muerto. Al aterrizar nos esperaba el caos.
En mitad de la nada se amontonan los saharauis, los argelinos, los españoles y los despabilados (no sé por qué les llaman descuideros, porque no se pierden una). Tras salir por un agujero en la pared, un escáner comprueba que no vayas a llevar en tu maleta nada que pueda interesar al guardia de la aduana. Los bultos cargados de esperanza se amontonan en el suelo, al final de una cinta transportadora como las del supermercado. Otros corren peor suerte, por haber sido seleccionadas por un guardia viejo y con barba: "seguro que llevan algo de líquido", explica un subordinado. Qué más da que ya hayan pasado los controles de seguridad españoles y ya hayan llegado a su destino. Si llevan algo de líquido, más vale que le des una tableta de chocolate al de la barba o adiós botella de whisky.
Me despido de mi familia sevillana y me uno a una familia cordobesa y a un saharaui en Madrid, Bujari. Van a la misma Wilaya, la misma Daira y el mismo Barrio que yo. Smara, Tifariti, Hei Wuajed (1). No me siento tan sola.
Bujari, un fotógrafo y otro hombre que no conozco suben las maletas y los bultos de todo el mundo que va a nuestra Wilaya en un camión. Y una señora encima les exige. No soporto las injusticias, así que le digo a la señora que lo mínimo es dar las gracias, o pedirlo por favor. Si ahora trata a estos compañeros de viaje como si fuesen sus mozos, me pregunto qué hará cunado llegue a Smara. ¿Le pagará a un criado? Seguro que está dispuesta a lanzar dinero o caramelos a diestro y siniestro. Todo es posible.
El fotógrafo se llama Álvaro y en el autobús oscuro que va a Smara me cuenta que una ONG con la que trabaja le ha pagado la mitad del viaje. Me presta una linterna, que yo, por supuesto, había olvidado en casa, y en ese momento siento que estoy salvada. Un trayecto que se hace muy largo por el cansancio y las condiciones, pero tras casi una horita medio de pie, medio sentada en una rueda que está junto a las escaleras de atrás. Entre chistes del fotógrafo y de otro expontáneo llegamos a la negra noche de Smara, al centro del protocolo donde nos distribuirán a todos a nuestras casas.
Son las 4,40 y estoy tan nerviosa que me olvido de pedir 2 deseos cuando veo que 2 estrellas se caen del cielo, un cielo tan negro y con tantas luces que nunca pude imaginar que existiera algo así.
Los del Frente Polisario que nos han conducido "malamente" hasta aquí no saben ni siquiera dónde vive mi familia. ¿Dónde esta Dada?
Un inglés, ingeniero, que viene a Daghla a un proyecto de prospecciones hidráulicas también está desconcertado. No sabe ni papa de español, y excepto una de las personas que va en su grupo, soy la única persona con la que puede hablar. Lo pero es que ahora parece que le hubiese salvado la vida y antes, entre los valles y montañas de maletas y bultos casi le pego por pisarme el equipaje.
Lo oscuridad del autobús que nos ha llevado hasta la puerta del centro de Protocolo se va haciendo más densa y profunda en medio de una noche sin luna a medida que se van yendo coches, camiones y furgonetas a llevar a gente a las demás Dairas.
Todo estña tan oscuro en mitad de la nada que se me encoge el corazón. ¿Dónde voy ahora? Con la familia cordobesa hacia Tifariti, aunque el guardia no sabe cuál es mi familia y me dejan las maletas al lado de un camión en la casa de los cordobeses. Bujari, Antonio y Dominga me acogen en la casa de su niña, Durham, donde viven otras 2 niñas muy lindas, sus hermanas Shrifa y Haha. Su tía Marian es otra niña obligada a ser mujer, que comparte conmigo sonrisas acogedoras y el calorcito de una manta pasadas las 5 de la madrugada. Una mesa con zumos, galletas, agua y otra con el imprescindible té recibían mi primera noche en tierras africanas. No pruebo nada, excepto el té, porque aún no sé que no es de mala educación rechazarlo.
Son casi las 6 cuando nos vamos a dormir y me acuesto en un pequeño colchón en una habitación muy grande, con los hermanos de Bujari, con Bujari, con Antonio, Dominga, las niñas y con el corazón en un puño.
¿Dónde está Dada?