Sahara, sábado 6 de diciembre

Tras dos horitas de sueño, me despierto para el desayuno. Sentada en el suelo, envuelta en una manta sigo mirando a mi alrededor sin saber muy bien si me he caído esta noche de alguna parte y he aterrizado en esa sala alfombrada.
Una mujer grita en la puerta "¿dónde está la madre de esta niña?", mientras veo a Dada frotarse los ojos, demasiado dormida todavía. Salgo corriendo al "patio", descalza y le doy un abrazo y un beso a Dada como si me la quisiera comer, porque en verdad me la quiero comer. Saludo a su madre, que viene detrás, y salgo de allí sin desayunar, nerviosa, sin apenas despedirme. Pero esa mujer que venía gritando me dice que están enfadados conmigo y yo me pongo muy nerviosa. El hermano de Dada, Azmán, coge la maleta en peso (que ya tiene mérito) y nos vamos a casa de Limgaybila Abdalahi. Toda la familia me está esperando y empiezo a saludar a diestro y siniestro. Y doy la mano, beso, uno, dos, mano, no mano, pero no entiendo nada. Los hombres me chocan la frente, las mujeres me dan la mano, un beso y se llevan la mano al pecho. Conozco a Azmán, a Jadesha y a Maimona. Luego llegan Larosi y el pequeño gran Mohamed, que es un hombre en el cuerpo de un niño.
Entre tanto jaleo y tantísima gente con la misma cara y sin nombre, llega la hora de comer y en una mesita en el suelo, sentados sobre las alfombras, degustamos un inmenso plato con una especie de crema de verduras y otro de patatas fritas con carne en salsa. Carne de camello. El pan recien hecho por Limgaybila es increible, mucho mejor que el pan con queso que desayunamos por la mañana, mucho mejor que cualquier pan que haya probado antes.
Resulta que aquí es buena costumbre dar y regalar dulces, caramelos y chucherías. Cada vez que ven a alguien querido le regalan algo dulce. Y Susu no ha parado en todo el día de ir a comprar chucherías y las que trae de la tienda las comparte con todo el que esté en ese momento en la habitación. Me llevaron a ver las cabras y jugué con los niños en la casa de la abuela. Y veo el tiempo que pasa y se va.
Por la tarde nos vamos a "El marsa" a comprar ropa nueva para el gran día, la fiesta del cordero, que es el lunes. Todos tienen que vestir de nuevo y estrenar hasta las bragas.
Uso por primera vez el "retrete" donde un agujero en mitad del desierto se lleva los excrementos humanos vete a saber a dónde. Yo necesito una ducha, a pesar de que me voy haciendo un apaño con las toallitas de bebé. ¡Benditas toallitas!
Salimos para el mercado y me encuentro con los niños en la calle. Son geniales "¡hola caramelo!", me dicen. No compramos nada, pero tenemos que volver. Todo está llenísimo de gente por la fiesta del lunes. Todos quieren prepararlo antes y me encuentro de nuevo con Álvaro, el fotógrafo cordobés. Nos hizo una foto con su super camarón.
Volvemos a casa y por fin puedo ducharme. Tengo todo lo necesario: un agujero en el suelo, una jarrilla, un tupper donde mi madre suele guardar los jerseys y agua que previamente ha calentado en una olla la madre de Dada. Sin embargo, está junto al pozo negro y los olores suben hasta la pituitaria y se quedan ahí clavados.
Tomamos té, té y té. Al principio pienso que por lo menos hay algo que me gusta y que con tantas veces al día que lo toman, voy a poder tomarme algo bueno que me llene el estómago. Pero después de tantos (tres en cada sentada), ya tengo mal cuerpo y ganas de salir a que me dé el aire.
¡Por Alá! Quieren convertirme al Islam y me hacen repetir oraciones que no entiendo. No creo que repetir haga daño a nadie, así que las hago felices por un ratillo.
Mañana será otro día, y espero que más corto...

1 comentario:

Anónimo dijo...

España, veintitantos de diciembre. A mucha más distancia de tí.