Salgo desde Granada a las 11,30 en un tren destino Sevilla. Los nervios me tienen el estómago encogido y tengo que tomarme una tila en la cafetería e ir al baño antes de salir. Tengo mucha, muchísima ilusión y mucho miedo, porque no sé qué voy a encontrar cuando llegue a mi destino. Después de las 3 horas hasta la capital andaluza me espera un via crucis desde Santa Justa hasta el aeropuerto.
El viaje se me hace más ameno gracias a Mari, una granadina que trabajaba como cocinera para las mejores familias de la ciudad. Incluso me comenta que su último trabajo fue en casa de un primo de Ágata Ruiz de la Parda, al que sólo tenía que preparar la merienda. Si Mari se tuviese que definir con 3 palabras diría de si misma que es dictadora, de izquierdas y racista. Con un personaje tan interesante no me extraña que no tenga ni idea de por dónde estoy pasando. Además Mari lee Ideal desde siempre. Aunque antes leía más, ahora dice que se le va la cabeza, pero aún así le encantan las biografías de personajes históricos.
Cuando llego a Santa Justa, Mari se va con su hija y yo con mi maleta de 24 kg en busca de un autobus que me lleve al aeropuerto. Tras recorrer toda la estación encuentro la parada y después de un bocadillo de queso, 2,10€ y un poco de ayuda para subir mi equipaje, llego a la terminal del aeropuerto. Con un carrito y un poco de orientación llego a las salidas donde encuentro una cola inmensa que no se sabe a dónde va, y me uno a ella. Bultos, maletas, bolsas y cajas llenas de ilusión me indican que estoy en la fila correcta para facturar mi equipaje en un vuelo a Tindouf mientras yo conozco a uns incomparables compañeros de viaje.
Mi familia sevillana de acogida me quita un poco el miedo. Pepe y Maria Dolores, los padres de Mohamed, que ha olvidado el saharaui. Cuando lleguen a Ausserd prepararán 23 pizzas, hamburguesas y salchichas de pollo y pavo, y María (que habrá dejado los Dolores en España) repartirá chocolates entre los chiquillos como mi abuela hacía con los pollos. En el control me quitan el bote de espuma que llevaba en la mochila y una lata de Pepsi que, con los nervios, se me había olvidado beberme. También llevo un bote de los grandes de nocilla, que la guardia de la aduana me dice que está prohibido. Le digo que no es un líquido, que no lo sabía... pero no sirve de nada y en ese momento siento que me voy a perder algunas sonrisas de Dada cuando llegue, porque la nocilla (de chocolate negro y chocolate blanco) le encanta. Sin querer se me escapa delante de la guardia que voy al Sahara y que era un regalo para mi niña, que le encanta el chocolate. Una sonrisa me dice: "venga, anda, la nocilla no la he visto" y no le doy un abrazo porque no es lugar ni son las formas, pero le estoy tan agradecida como si me hubiese salvado la vida. Seguro que esta mujer sabe el valor incalculable que tiene la sonrisa de un niño que sufre en mitad del desierto.
Llegamos a un aeropuerto militar a las 3 de la mañana, después de una breve parada de media hora en Orán y de un pollo volador que llevaba más de 20 años muerto. Al aterrizar nos esperaba el caos.
En mitad de la nada se amontonan los saharauis, los argelinos, los españoles y los despabilados (no sé por qué les llaman descuideros, porque no se pierden una). Tras salir por un agujero en la pared, un escáner comprueba que no vayas a llevar en tu maleta nada que pueda interesar al guardia de la aduana. Los bultos cargados de esperanza se amontonan en el suelo, al final de una cinta transportadora como las del supermercado. Otros corren peor suerte, por haber sido seleccionadas por un guardia viejo y con barba: "seguro que llevan algo de líquido", explica un subordinado. Qué más da que ya hayan pasado los controles de seguridad españoles y ya hayan llegado a su destino. Si llevan algo de líquido, más vale que le des una tableta de chocolate al de la barba o adiós botella de whisky.
Me despido de mi familia sevillana y me uno a una familia cordobesa y a un saharaui en Madrid, Bujari. Van a la misma Wilaya, la misma Daira y el mismo Barrio que yo. Smara, Tifariti, Hei Wuajed (1). No me siento tan sola.
Bujari, un fotógrafo y otro hombre que no conozco suben las maletas y los bultos de todo el mundo que va a nuestra Wilaya en un camión. Y una señora encima les exige. No soporto las injusticias, así que le digo a la señora que lo mínimo es dar las gracias, o pedirlo por favor. Si ahora trata a estos compañeros de viaje como si fuesen sus mozos, me pregunto qué hará cunado llegue a Smara. ¿Le pagará a un criado? Seguro que está dispuesta a lanzar dinero o caramelos a diestro y siniestro. Todo es posible.
El fotógrafo se llama Álvaro y en el autobús oscuro que va a Smara me cuenta que una ONG con la que trabaja le ha pagado la mitad del viaje. Me presta una linterna, que yo, por supuesto, había olvidado en casa, y en ese momento siento que estoy salvada. Un trayecto que se hace muy largo por el cansancio y las condiciones, pero tras casi una horita medio de pie, medio sentada en una rueda que está junto a las escaleras de atrás. Entre chistes del fotógrafo y de otro expontáneo llegamos a la negra noche de Smara, al centro del protocolo donde nos distribuirán a todos a nuestras casas.
Son las 4,40 y estoy tan nerviosa que me olvido de pedir 2 deseos cuando veo que 2 estrellas se caen del cielo, un cielo tan negro y con tantas luces que nunca pude imaginar que existiera algo así.
Los del Frente Polisario que nos han conducido "malamente" hasta aquí no saben ni siquiera dónde vive mi familia. ¿Dónde esta Dada?
Un inglés, ingeniero, que viene a Daghla a un proyecto de prospecciones hidráulicas también está desconcertado. No sabe ni papa de español, y excepto una de las personas que va en su grupo, soy la única persona con la que puede hablar. Lo pero es que ahora parece que le hubiese salvado la vida y antes, entre los valles y montañas de maletas y bultos casi le pego por pisarme el equipaje.
Lo oscuridad del autobús que nos ha llevado hasta la puerta del centro de Protocolo se va haciendo más densa y profunda en medio de una noche sin luna a medida que se van yendo coches, camiones y furgonetas a llevar a gente a las demás Dairas.
Todo estña tan oscuro en mitad de la nada que se me encoge el corazón. ¿Dónde voy ahora? Con la familia cordobesa hacia Tifariti, aunque el guardia no sabe cuál es mi familia y me dejan las maletas al lado de un camión en la casa de los cordobeses. Bujari, Antonio y Dominga me acogen en la casa de su niña, Durham, donde viven otras 2 niñas muy lindas, sus hermanas Shrifa y Haha. Su tía Marian es otra niña obligada a ser mujer, que comparte conmigo sonrisas acogedoras y el calorcito de una manta pasadas las 5 de la madrugada. Una mesa con zumos, galletas, agua y otra con el imprescindible té recibían mi primera noche en tierras africanas. No pruebo nada, excepto el té, porque aún no sé que no es de mala educación rechazarlo.
Son casi las 6 cuando nos vamos a dormir y me acuesto en un pequeño colchón en una habitación muy grande, con los hermanos de Bujari, con Bujari, con Antonio, Dominga, las niñas y con el corazón en un puño.
¿Dónde está Dada?
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1 comentario:
Que agobio...
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