Ella llevaba una escotada camiseta blanca de tirantes y una faldita vaquera demasiado corta. Él camisa blanca y pantalón beige. Los dos se subieron en la moto y él pidió conducir. Ella procuró mantener la compostura mientras se las ingeniaba para que el viento no volase la falda. Bajo el sol de septiembre, sin ser conscientes de la cercanía del otoño, bajaron la colina, ella agarrada a su cintura. Él iba despacio, quizá lo hacía para que la bajada durase más. Las piernas de ella, torneadas, morenas de final de verano, se cerraban en torno a su cuerpo, dejándole por momentos atrapado entre sus brazos y sus muslos.
"Me siento como conduciendo por la orilla del mar en la Toscana italiana", dijo. Ella sonrió, contra su espalda pero no la vio.
La cuesta abajo se acabó. Él bajó de la moto, ella se puso el casco y le vio alejarse. Cuando arrancó de nuevo, el viento no pudo borrarle la sonrisa que le habían dejado aquellos 2 minutos de paseo en moto bajo el sol toscano de la colina.
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