Caída libre

Estaba cayendo y sentía que el viento helado la cuarteaba. A penas si se había dado cuenta de cuándo se había soltado, pero de repente ya no se sentía atada a lo que la aseguraba, a lo único que alguna vez había considerado como firme. De repente ya no estaba ligada a los convencionalismos que la rodeaban. El frío la despejaba y por primera vez sentía que tenía una finalidad, un destino. Tanto tiempo estancada, varada en el mismo sitio, atrancada en una posición cómoda, sin avance ni salida. Y de repente el viento silbaba, le empujaba. No había decidido que esto pasara así y le aterraba la idea de cambiar la comodidad de la que había disfrutado antes. No sabía qué era lo que le esperaba, pero fuese lo que fuese, el viaje estaba mereciendo la pena. Estaba viva.

Por primera vez sentía cómo las miradas se percataban de su presencia, cómo podía manejar sus propios movimientos. Podía sentir todas y cada una de las células que la componían, como un engranaje perfecto que encajaba para hacer posible su existencia, que le permitía notar el vértigo de la caída.

Por primera vez era plenamente consciente de la situación en que vivía, un vistazo general y era capaz de adivinar todo lo que la había rodeado y de lo que jamás había sido plenamente consciente.

Un pellizco, varios segundos sin aire, una ráfaga helada, un susto, placer, otra bocanada de aire, presión, mucha presión. Y llegó a su destino, disfrutando del camino.

La hoja llegó al suelo. Junto a miles de otras hojas que como ella habían dejado de ser útiles para el árbol y que habían limitado su verdad a planear desde la rama en un patético vuelo que le había dado sentido a su existencia. Un patético vuelo que había sido lo único auténtico que les había pasado nunca.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Es muy original