Naufragio

Una voz se encarna en mis oídos de madrugada. Una voz que me tranquiliza, me sosiega, me calma. Esa voz.

Sudo, chillo, gimo. Tengo miedo, me ahogo. Todo el mar en mi garganta y su sal en mi nariz. El vacío de mi estómago y luego todo cae desde mí. A mi lado no hay nada más. Angustia. La oscuridad me oprime, sobre los párpados sobre el pecho. Quiero aire y trago nada. Quiero luz y veo el peso de la soledad que me hunde y me acompleja. Intento salir a la superficie. Otro golpe de mar me arrastra. De nuevo agua, sal, oscuridad, zozobra, nada, miedo, ahogo, pena, vacío. Caigo y no puedo abrir la boca. Y de nuevo nada. Ahogo, miedo. El viento en la cara y el vacío en los pulmones. Me asfixio. Quiero salir necesito aire, aunque lo tengo todo.

La voz.

Me envuelve, me llama por mi nombre. “¿Qué te pasa?” Ya nada. Estás aquí. Y lloro. Lloro a la voz. Mi clavo y mi tabla. Esa voz ilumina y libera la presión de mi garganta y de mis ojos. Estás aquí. Por fin lloro, puedo llorar porque te tengo, te encontré donde siempre te tuve, donde siempre sabía que estarías.